Catedrática

Universitat Jaume I
(Valencia, 1966)

Amparo Alcina tuvo claro desde pequeña lo que quería hacer en su vida profesional, el problema es que no sabía que eso que ella quería hacer podía ser un trabajo:

“Yo lo que quería era seguir estudiando toda la vida. Pero no sabía que eso se podía convertir en una profesión. En mi familia nadie había estudiado en la universidad. Siempre fui buena estudiante y aunque todo me interesaba, lo que más me atraía era el lenguaje. Y también de pequeña ya empecé a querer inventar cosas”.

Ahí estaban en su infancia los dos ejes que definen su investigación, el lenguaje y la tecnología:

“La primera vez que tengo la sensación de haber querido inventar es en una reunión con compañeras con las que estaba haciendo un trabajo en cuarto de EGB y yo decía: Todo esto que hemos hablado ahora hay que escribirlo, tendría que haber una máquina que pudiera escribir todo lo que hemos dicho y que pudiéramos recuperarlo. Y yo quería que esa máquina no fuera solo un magnetófono sino que también transcribiera”.

Cuando llegó el momento de elegir carrera, la duda, claro, estuvo ahí:

“Mi duda era entre la lingüística o la informática, recién implantada en Valencia, y también la literatura me gustaba muchísimo. Al final elegí filología. La profesora de matemáticas me decía “¿Pero por qué eliges esto, podrías hacer algo de ciencias?” Me decía que aprender sobre el lenguaje podía hacerlo en mi tiempo libre. Pero yo lo veía al revés, pensaba que la informática era un instrumento, podía aprenderla por mi cuenta y que lo que me interesaba era saber mucho sobre el lenguaje. Como así ha sido”.

Llegó un momento en el que descubrió que aquello que ella creía que no podía ser un trabajo, estudiar toda la vida, sí podía serlo:

“De eso me doy cuenta cuando conozco a mi marido, a los 22 o 23 años. Alguien me había comentado algo sobre hacer una tesis y yo no tenía ni idea de qué era eso. Pero mi marido sí tenía muy claro que iba a hacer la tesis. A mí empezó a interesarme el mundo de la empresa porque veía que la universidad era mucho de estudiar pero me daba la impresión de que aquello no llegaba a aplicaciones prácticas. Yo quería irme a una empresa para poner en práctica todo lo que pudiera conseguir sobre el lenguaje y las tecnologías. Pero vi que eso en Valencia, donde yo estaba viviendo, no lo iba a conseguir. Y salir de Valencia lo tenía mal porque ya tenía un niño pequeñito. Entonces opté por la carrera investigadora. Hice un master en lingüística computacional y al mismo tiempo empecé el doctorado en lingüística”.

Amparo Alcina recuerda la importancia que tuvo para ella descubrir que había una mujer que había investigado lo que le interesaba también a ella:

“Encontré un librito de Montserrat Meya que se llama “Lingüística computacional”. Para mí fue muy importante encontrar un libro de una mujer que trataba sobre el tema en el que yo quería trabajar. Y me fui a verla a Barcelona. Fue ella la que, aunque no me pudo dirigir la tesis, me instó a que hiciera la tesis sobre la formalización del sintagma nominal porque había pocos estudios, y me animó a cursar el máster en Lingüística computacional, dirigido por otra mujer que también fue para mí una inspiración, Toni Martí, en la Universitat de Barcelona”.

Antes de empezar la tesis y durante la carrera, Amparo Alcina simultaneó los estudios con su trabajo:

“Durante la carrera estaba ya trabajando, había sacado unas oposiciones en la administración pública porque quería tener mi dinero, quería tener mi independencia. Y era una buena opción porque me permitía trabajar por las mañanas y por la tarde dedicarme a estudiar. Cuando empecé la tesis dejé de trabajar en la administración porque mi marido pensaba, yo no lo tenía tan claro, que podíamos vivir los tres, nosotros y el niño, con su beca. Así que hicimos los dos la tesis con una sola beca. Él siempre me ha animado y apoyado en todos mis objetivos profesionales. Es el hombre más feminista que conozco”.

Ya tenía claro que lo que quería era seguir en la universidad:

“Una de las titulaciones de la recién fundada Universitat Jaume I era la de Traducción e Interpretación y saqué una plaza de terminología. Era una plaza en la que sí pedían bastante dominio de tecnologías. A los dos años de estar allí leí la tesis”.

A partir de ahí, su trabajo investigador se dirigió hacia

“los temas en los que trabajaba en la universidad: la terminología y las tecnologías de la traducción. Fui uniendo todo lo que había trabajado en lingüística con todo lo que aprendí sobre terminología y sobre traducción, especialidades fascinantes que me abrieron nuevas perspectivas sobre el funcionamiento del lenguaje natural. Todo eso me ha venido muy bien a la hora de crear modelos de lenguaje y profundizar en su formalización”.

Amparo Alcina Caudet

Los dos artículos más importantes de su carrera, en su opinión, son: Alcina, A. (2008): «Translation Technologies Scope, Tools and Resources», Target, International Journal of Translation Studies 20:1, 79-102. https://doi.org/10.1075/target.20.1.05alc, en el que se presenta el panorama de todas las tecnologías de la traducción y su clasificación. Y que está considerado por muchos un artículo fundacional de la disciplina de las tecnologías de la traducción y sigue siendo muy citado internacionalmente.

Y el segundo artículo, que se publicará próximamente, es Alcina, A. “Dictionaries, knowledge bases and the logical hypothesis. Knowledge-based terminology”, en Silvia Molina-Plaza and Nava Maroto (eds). Terminology and Cognition, Mouton. En el que presenta un modelado del lenguaje natural en el que la lógica estructura todos sus elementos por niveles. Sobre él, dice Amparo:

“Constituye el trabajo más completo que he publicado hasta la fecha sobre lo que planteo como la hipótesis lógica del modelado lingüístico”.

Aunque pudiera pensarse lo contrario, Alcina explica que el ámbito de la lingüística ha estado muy masculinizado:

“En el de la traducción sí hay muchas mujeres y en el de la terminología, que es en el que me muevo yo, hay algunas mujeres que han sido muy punteras en España. De hecho estoy escribiendo un capítulo para un libro sobre la historia de la terminología en España y despuntan claramente tres mujeres. Y eso también me ha venido muy bien. Considero que es muy importante tener modelos de mujeres”.

Hacer la carrera profesional en un ámbito masculinizado tiene consecuencias para una investigadora:

“En el día a día, lo comentamos las compañeras, en las reuniones de departamento, etc…, te encuentras que parece que cuando da la opinión una mujer, no se le escucha igual. A veces, tus ideas las retoma y las dice un hombre, sin hacer mención a tu intervención, y de repente resultan interesantes. Pero ya no lo has dicho tú, el mérito se lo lleva otro. Esto sí me lo he encontrado”.

Es socia de AMIT, donde actualmente copreside el nodo de Murcia y Comunidad Valenciana, casi desde el nacimiento de la asociación.

“Me asocié a AMIT poco después de entrar en la universidad en 1997. En 2002 o 2003, recibí un mensaje de AMIT y dije “Ah, pues claro, esto me interesa”. Pude acceder a una lista de mujeres que ya estaban en la asociación y me extrañó un poco que había pocas mujeres del ámbito de Humanidades, dudé de si la asociación se limitaba al ámbito de las ciencias naturales y exactas y las tecnologías de forma exclusiva, luego he visto que no es así. En cualquier caso, pensé “tengo que estar ahí”. Durante mucho tiempo no participé activamente en la asociación. Inicié una colaboración activa en nuestro nodo cuando llegó Capitolina Díaz a Valencia y empezó a organizar reuniones. Actualmente, entre otras cosas, gestiono la publicación mensual en el diario valenciano Levante de un artículo escrito por una de nuestras asociadas en la sección Las científicas cuentan”.