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Cecilia Hernández cuenta que en su casa siempre sintió el apoyo familiar para que eligiera la carrera que más le gustara:
«Estudié ciencias porque se me daban bien y me gustaban. Pero cuando lo analizo con perspectiva veo que hay más cosas que me llevaron ahí. En mi casa siempre se me estimuló la curiosidad y el estudio. Mi propio abuelo materno defendió que sus hijas estudiaran. En los años sesenta a mi tía ya la mandaron a Madrid a estudiar Farmacia desde Tenerife. Ni siquiera la obligaron a elegir una carrera que existiera en La Laguna, de donde es mi familia, y donde me crie. Yo he crecido en ese entorno en el que no te preguntaban qué quieres ser de mayor sino qué vas a estudiar, independientemente del sexo».
Ella eligió ciencias a pesar de que el ambiente en su casa era más de “letras”:
«Mi madre era maestra pero lo que se le daba bien eran las letras. Mi padre era catedrático de latín y griego, más de letras imposible. Pero a mi padre le gustaba la ciencia a nivel divulgativo. Estaba fascinado con la astronomía y con la tecnología que había detrás de los aceleradores de partículas. Siempre estaba al tanto de los avances tecnológicos y la carrera espacial la seguía con muchísimo detalle. Recuerdo ser muy niña y mi padre decirme, mira que el hombre va a llegar a la Luna por primera vez. Yo era tan pequeña que pensé: ¿por primera vez? ¿Pero no lleva haciéndolo toda la vida, como se veía en los cuentos de Tintín de mis hermanos mayores? Y con mi padre, en mi época de instituto, vi la serie Cosmos de Carl Sagan».
Lo que tuvo claro Cecilia desde muy pequeña era que las matemáticas le gustaban y se le daban bien:
«Desde chiquitita, mi madre me reforzaba mucho las matemáticas en casa porque para ella habían sido difíciles. Así que en matemáticas yo siempre iba por delante del resto de mis compañeros. Me dio confianza y esa sensación de que se me han dado bien, y cuando tuve dificultades, descubrí que trabajando volvían a dárseme bien. Y esa es una lección que aprendí, que las matemáticas no sólo hay que entenderlas, sino que hay que trabajarlas para asentarlas».
En cuanto a la elección de Física, Cecilia explica que fue un “clic”. La posibilidad de entender la esencia última del funcionamiento de la naturaleza estuvo detrás de su decisión. Tuvo que hacer la carrera en Madrid, lejos de su isla:
«De adolescente y jovencita hacía también ballet clásico y le dedicaba todo mi tiempo libre. Para poder hacer todo lo que tenía que hacer, no me valía con aprender cómo resolver ochocientas mil tipologías de problemas de memoria. No tenía tiempo para eso, necesitaba entender las cosas, aplicar la teoría con rigor, y no seguir simplemente una cadena de instrucciones. Quizá mis compañeros y compañeras no tenían todavía ese grado de madurez que a mí me llegó un poco antes por necesidad. Y el darme cuenta me llevó a pensar que la carrera de Físicas se me iba a dar bien, tenía muchas matemáticas pero no era sólo matemáticas».
Recuerda divertida Cecilia otro hecho que le hizo decidirse por las ciencias ya en tercero de BUP:
«Cando tenía que elegir las asignaturas, mi padre pronunció una frase que jamás se me va a olvidar: Hija mía, si tú quieres, yo te convierto en la catedrática de latín más joven de España. Y ante eso, yo elegí física, química, matemáticas y biología».
Respecto a sus años de carrera en Madrid, recuerda que eran bastantes chicas en la facultad para lo que había sido anteriormente:
«Eran los ochenta, cuando las mujeres pudimos acceder a carreras que, hasta entonces, parecían reservadas a los varones. Y claro, entramos en tromba en las universidades. De la promoción anterior a la mía, la proporción había aumentado exponencialmente y en la siguiente había todavía mucha más».
Cecilia sacó su carrera en los cinco años reglamentarios, en junio y con un buen expediente, pero durante esos años las cosas no fueron tan bien como ella había esperado:
«Toda la seguridad con la que llegué, quizá muy reforzada por mi padre, la fui perdiendo. Pero entonces yo no pensé nunca que las cosas que me pasaban fuera porque era una chica: que los profesores no me miraran cuando me hablaban o que si me miraban fuera a las tetas, que eso también lo había. Ese tipo de cosas las percibes cuando intentas recordar. Así y todo, acabé la carrera y conseguí una beca para un proyecto en el CSIC. Pero hubo un momento en el que pensé que no servía, que aquello de investigar no era para mí».
Sobre sus años de doctorado y esa pérdida progresiva de seguridad e ilusión, recuerda:
«No estaba a gusto. Me sentía como saltando al vacío de forma permanente, aunque no sabía por qué. Recuerdo un profesor que me dijo que no todo el mundo valía para la investigación y que su mujer que era física como él, daba clases en un instituto, tenían cuatro niños y era muy feliz. Recomendaciones como esa las he oído y las he vivido. A mí aquello me fue creando mucha inseguridad y en un momento dado decidí irme a Irlanda. Cuando volví, entré en la industria privada, donde fui jefa de proyecto en el departamento de I+D. Era una época muy turbulenta de reconversiones y reajustes en la industria española, finales de los ochenta principios de los noventa. En 1991 vi un anuncio en el periódico para una plaza en el CDTI (Centro para el Desarrollo Tecnológico e Industrial entonces y ahora Centro para el Desarrollo Tecnológico y la Innovación). Me gustaba porque era una plaza para gestionar ciencia y tecnología. Y ahí acerté de pleno con el trabajo de mi vida».
Desde entonces, Cecilia Hernández trabaja en el CDTI. Allí ha ocupado diversas plazas centradas, todas ellas, en el apoyo y la promoción de la tecnología española, fomentando la transformación de nuestra industria hacia un tejido empresarial con I+D+i propia:
«Entré para actividades de apoyo al asesoramiento y promoción de programas europeos. Y al año ya estaba con papeles de representación en estos programas. Eso ha sido muy bonito. No he hecho investigación pero sí he defendido, en un contexto internacional, la investigación que se hace en España».
Uno de los puestos de los que más ha disfrutado en CDTI fue el de ser la responsable del programa científico de la Agencia Espacial Europea (ESA), puesto que ha ocupado en dos ocasiones y ocupa ahora:
«Estar en esa delegación tiene las dos vertientes, por un lado tratar con investigadoras e investigadores que diseñan las misiones y, estar pegada a toda la tecnología que se desarrolla por parte de los institutos de investigación y las empresas que, en este campo, siempre está en la frontera del estado de la técnica. Estuve ahí desde el año 1996 hasta el 2002. Cuando volví tras mi baja de maternidad y comuniqué mi intención de coger mi hora de lactancia (hasta que me hija cumpliera apenas nueve meses) me metieron en otro programa que no me interesaba tanto y decidí cambiar, volviendo al ámbito de los Programas Marco de I+D+i de la Unión Europea».
En ese puesto sus logros fueron impresionantes:
«Me hice cargo de un programa que tenía un retorno de un 4% para España y tras un año de pelear y trabajar, se le dio la vuelta hasta llegar a obtener un retorno de hasta el 11%. Y eso se mantuvo a lo largo de los programas marco sexto y séptimo”. En 2006 fue promocionada a jefa de área y en 2010 a jefa de departamento, lo que significaba ser la responsable de la promoción y el asesoramiento para la mitad de los sectores apoyados por el CDTI. Tras una reestructuración del CDTI en 2018, ocupó una plaza en programas duales, hasta que pudo volver a la delegación de los programas científicos de la ESA».
Al mismo tiempo que avanzaba en su carrera profesional, Cecilia comenzó a interesarse por los problemas que tenían las mujeres en su ámbito profesional, el de la tecnología y la innovación:
«El feminismo lo tengo impregnado en mi personalidad porque mi hermana mayor es dirigente feminista desde los años setenta. Yo debí de ser de las primeras que se sentó en un comité de un programa marco y pidió que incluyeran los gender issues (cuestiones de género) y que fueran un poquito más allá de incluir a una mujer en los equipos cuando presentaban el proyecto. Había detectado en mi entorno muchas cosas que no me gustaban. Y cuando empiezas a hacerte preguntas ves de verdad cómo están las cosas: de mi promoción ¿cuántas se han dedicado a investigar? ¿Cuántas de ellas habían llegado a directoras de departamento, de centro, a rectoras o vicerrectoras…? Entre mis compañeros de promoción sí encontraba a algunos que habían llegado a esos puestos pero no era igual con mis compañeras. Y ahí dices, en el camino ha pasado algo…»
Inmediatamente, Cecilia Hernández fue consciente de que lo que se necesitaban eran datos que mostraran el estado de la cuestión:
«No me gusta hablar de mi experiencia personal, prefiero hablar de la estadística. Y ahí sí está ya claro, porque la estadística es muy tozuda».
Ante un taco de proyectos que debía evaluar, Cecilia encontró la realidad de lo que estaba pasando:
«Empecé a mirarlos con detalle y descubrí cosas que me chocaron: entre el personal investigador en general, eran ingenieros o ingenieras con unos diez años de experiencia. En el caso de ellos todos eran algo: jefes o directores de departamento, jefes de proyecto, jefes de área, responsables de no sé qué… ¿Y sabes lo que eran ellas? Técnicas de departamento de I+D o técnicas de departamento de producción. Y esto ya era visible en una pequeña muestra de los proyectos que tenía que evaluar yo. Encontré una jefa de departamento que resultó ser a doctora ingeniera. Es decir, lo que vi es que a una mujer se le exige mucho más».

Cecilia Hernández, junto a otras compañeras, impulsó lo que ahora es el nodo AMIT-MIT, el nodo de innovadoras:
«Primero nos reunimos para definir nuestros objetivos y luego, en junio de 2019 nos asociamos todas a AMIT por parecernos el paraguas adecuado y porque entendíamos que se trataba de sumar y montamos el nodo de innovación. Nuestra primera demanda era, a partir de nuestro feeling un estudio que nos permitiera ver si esté era correcto. Ese mismo año, a finales, se hizo público el primer borrador de un estudio sobre mujeres e innovación. Estoy hablando de los años 2018 o 2019, cuando todavía no se estaban recogiendo correctamente datos desagregados por sexo, por lo que hubo que hacer un esfuerzo adicional para acometer dicho estudio».
Desde entonces, Cecilia Hernández es una de las socias más activa de AMIT: presidenta del nodo AMIT-MIT, vocal de la junta directiva de AMIT e impulsora, junto a alguna de sus compañeras de nodo, del programa Una ingeniera en cada cole de Madrid que comenzó como programa piloto en el curso 2022/2023.